Tres factores son los que provocan que a menudo podamos disfrutar de ese cielo azulado y despejado que tanto nos gusta; la atmósfera y sus gases; nuestra fisiología y la composición de la luz.
Para llegar hasta nosotros, la luz del sol, que es blanca, debe atravesar todo la atmósfera. Cuando lo hacen cada uno de los colores que integran el rayo de luz se separan y se desvían de manera variable en función del cuerpo que tengan que atravesar.
La luz del sol contiene toda la gama de colores que tiene el arco iris lo que sucede que no todos toman la misma desviación. Los de longitud larga casi no son desviados, mientras que los violetas y azules, una vez desviados vuelven a chocar con las partículas de aire y varían su trayectoria una y otra vez.
Cuando llegan a nuestros ojos, no llegan directamente del sol, sino de diferentes regiones del cielo. El sol parece amarillo o rojo porque son los rayos menos desviados y que vienen directamente del sol a nuestros ojos.
La fisiología del ojo humano, hace el resto; ya que en teoría la longitud de onda del color violeta es más corta que la azul, y por lo tanto ese es el color que debiéramos percibir, lo que sucede es que el ojo de los humanos es mucho más sensible al azul que al violeta.